miércoles, 4 de mayo de 2016

DE VICIOS Y MANÍAS


Cuenta una vieja leyenda que siempre he tenido mis rarezas con el pelo. Chiquita me chupaba el dedo gordo de la mano izquierda y con la derecha me hacía esculturas en mi cabeza, unos enredos en el pelo imposibles de desenredar, hasta que mi mamá se cansó, me lo cortó, y quedé como un varón (lo odié a más no poder y para rematar en todo lado me preguntaban: ¿qué quiere el niño? Mirada asesina de mi parte y un “soy una niña). Pero solucionó el problema. Después fue la moda de “comerse el pelo” y yo lo hacía, aunque no era literal, en realidad me chupaba las puntas, quedaban tiesas y hediondas, y me hacía cosquillas en las mejillas. Muchas lo hacíamos, fue como un boom junto a comerse las uñas, era “cool” hacerlo, estaba de moda.

En primero de bachillerato inicié una labor más seria y dedicada con mi pelo. Empecé a arrancármelo, de raíz y con ganas… Años después supe que es un trastorno del control de impulsos llamado tricotilomanía. Todo por los nervios y el estrés de no saber nada en los exámenes, era muy vaga y mala estudiante. Cada que había una prueba me dedicaba a arrancármelo y a jugar con él (mientras alguien me soplaba alguna respuesta), y después lo tiraba al piso. Casi a diario las baldosas de mi lado derecho del pupitre terminaban cubiertas por una desordenada peluca, y como siempre me lo he arrancado de un solo sector de la cabeza, esa zona se empezó a quedar calva. A esa edad me avergonzaba un poco y hacía de todo para taparme “el hueco”, ahora no me importa y tengo todavía esa zona más despoblada que el resto. Nunca me lo tragué (tricofagia), simplemente me gustaba y me sigue gustando el dolorcito de la arrancada y todo el ritual que implica hacerlo, pues no es algo al azar, se van descartando los pelos del montoncito agarrado hasta dar con el que es, con el que hay que arrancar.

Perdonarán el uso excesivo de la palabra pelo pero con cabello nunca pude. Lo dejé de hacer un tiempo, me creció el pelo, pero de vez en cuando lo retomo, me fascina, me entretiene… A veces lo hago por nervios o estrés y otras simplemente porque me gusta el jueguito, el dolor, el desafío que implica arrancarse los chiquitos que van creciendo. Lo hago mientras espero en un semáforo en rojo, mientras veo una película, mientras escribo… Ahora trato de parar este vicio pues después de la maternidad se me cae solo y en cantidades alarmantes. Aunque creo que esta manía me sirvió para despreocuparme del pelo, teñírmelo de colores, cortármelo, raparme, jugar siempre con él sin pensar en los resultados, dispuesta a cambiar.

Otro secreto… ¡Duermo con muñecos! Ya no me acuerdo cuándo nació esta necesidad de hacerlo, rodeada de diferentes estilos y tamaños de acompañantes inanimados, pero me cuesta conciliar el sueño cuando no los tengo en mi cama; necesito 3 para poder hacerlo bien, cada uno cumple su propósito en mi lecho. Una gran amiga un par de décadas atrás, me regaló un perro shar pei de peluche, que estuvo de adorno encima de mi cama por mucho tiempo, hasta que en algún momento pasó a ser abrazable y esencial en mi dormida.

También hace ya muchos años, en una de esas tiendas gringas multimarcas en las que venden de todito, encontré a Sydney Greensheep Eyepillow, un muñeco largo con relleno oloroso (se acaba rápido afortunadamente porque soy alérgica) y suave que se supone que ayudaba a relajarse, y lo usaba para taparme los ojos, me encantaba sentir su peso en mi cara. Una vez cumplió su ciclo, investigué la marca, Herbal Animals, y descubrí toda una gama de eyepillows y los maravillosos neckpillows (no sé porqué los descontinuaron, ayuda!!!) con coquetos nombres y se volvieron indispensables en mi vida, una adicción. Así que por mi cama han pasado varios… Alexander Graham Bull, Abra K’ Zebra, Isadora Dolphing, Cowlamity Jane, Harry Elephante, Leonardo Deer Vinci, Lolanna Iguana, Silvester Stallion, MonkeyShine, Rudi Rabbit… Y se viene ¡¡¡Leopardo Di Caprio!!! Sus usos fueron mutando... Actualmente duermo con el eyepillow en el cuello para evitar papada y si veo TV también lo uso, el grande para taparme los ojos y "perri" es el que abrazo cuando duermo de medio lado, odio que el brazo que queda arriba me quede suelto, perdido, desgonzado.


Con estas dos manías parezco de atar, lo sé, pero tengo más… Muchos vicios, TOCs, que vienen de tiempo atrás, otros que se van sumando con el correr de los años… No puedo salir de mi casa sin gafas de sol (sin importar que esté nublado, siempre las tengo puestas y en interiores también), aretes, mi lima (arma de defensa personal) y la boca pintada, aunque esta última a veces se me pasa y parezco un fantasma. Me lavo las manos muuuuchas veces al día, no puedo dormirme si las puertas no están bien cerradas o los zapatos bien puestos. Ordeno la ropa por colores y mangas (sisa, corta, larga), y los billetes los guardo en orden decreciente y todos con la carita para el mismo lado. También cuando pongo a secar la ropa de mi hija, la cuelgo de forma tal que en cada cable del tendedero quede la pinta como la usó. Aunque me gustan los números impares, el volumen del TV me gusta que quede en par. Limpio debajo del asiento del inodoro después de usarlo, siempre que voy a salir de casa, llamo el ascensor y me devuelvo a revisar que el horno y la estufa estén apagados (creo que en otra vida morí en un incendio). Seguro se me están pasando algunas…

Y si, como diría mi padre, soy una piñata, llena de maricadas. Creo que seré una mujer mayor excéntrica, extravagante y calva, ya me he arrancado como 40 pelos mientras escribo, así que mejor empiezo a ver cómo voy dejando tanta pendejada de lado, no vaya a ser que termine como Melvin Udall (Jack Nicholcon) de “As good as it gets".